Por Itzel Chan
La memoria me falla a menudo, o sea, no recuerdo el año exacto (quizá 18 años tenía, más… menos), pero sí la discusión: le pedía a mi mamá que me llevara a ‘operar’ para no tener hijes.
El centro de la discusión era mi decisión.
Han pasado los años… tengo 34 y gracias a los esfuerzos de muchos colectivos feministas, puedo decir libremente y en voz alta: No quiero ser madre.
Sin embargo, creo hay una diferencia entre no querer ser madre y aún así maternar, reconocer las infancias, adolescencias y juventudes con sus autonomías correspondientes.
Hoy caigo en cuenta: La primera vez que materné fue a mi hermano cinco años menor que yo.
(Y él confirmará) Me tocó sugerirle con qué amistades sí y con cuáles no, sin que mamá y papá lo supieran. Nos echamos uno que otro ’round’ que ni siquiera me correspondía (de eso se trata maternar en silencio).
En varios de sus logros me siento como la mamá (que no soy) bastante orgullosa.
Cuando conocí a mi actual pareja, me cercioré que no quisiera ser otra vez papá porque en ese caso yo no tendría nada que ofrecerle.
Coincidimos: él, papá de una hija y yo, sin hijxs, entonces nadie quería más y procedimos al encuentro que consideramos esporádico… continuamos hasta 2024 -y deseo con el corazón que sea más tiempo-.
Recién cumplimos siete años viviendo juntxs y en los últimos meses hay preguntas sanas brotando en el aire, pero que tienen respuestas de antemano.
La hija de mi pareja decidió mudarse con nosotrxs.
Al inicio tuve mucho miedo, por varios motivos…temía no caerle bien (aunque ya habíamos convivido, pero no es lo mismo visitar a vivir en el mismo hogar).
Tenía miedo de pelear a la primera provocación.
Tenía miedo de no sentirme yo. Tenía miedo de no hacerla sentir cómoda. Tenía miedo de invadir, de no hacerla sentir en casa.
Y ahí, ahí dejé fluir todo: ser yo y dejar venir sus consecuencias.
Llevo meses de ser una madrastra feliz y ahora quiero que sean años.
Una que ama, aprecia, pica frutas con amor, escucha y a veces dice: hoy fallé.
Una que no quiere ser odiosa, sino compañera, una que comparte dudas, inquietudes, energía y también el cuestionamiento de sentires.
A veces obvio soy la mamá que nadie quería o creía llegar a ser, pero en la etapa adulta con personajes de tutela, nos toca y no hay muchas opciones.
Soy entonces o intento ser una persona que trata como le hubiese encantado que le trataran a esa edad menos de 20. Hay días que lo logro, otros más no tanto.
Ser madre nunca ha estado en mis planes, pero ¿maternar? no tuve mucha opción: siempre supe que mi Amor tenía una hija, entonces siempre existió la posibilidad que ahora vivo.
Materno, materno desde la empatía, el amor, la pureza y la comprensión, por supuesto desde la duda constante, pero desde la certeza de querer ser un refugio, un lugar seguro.
Materno con ganas, sin haberlo deseado tanto, pero con plenos deseos de resarcir mis propios traumas.
Y entonces me pregunto sobre cuántas personas estarán en mi posición: ser las madrastras (no sólo en las telenovelas ni en los cuentos tradicionales).
No las madrastras desde los dibujos que nos hacen más feas, vengativas, rencorosas y ‘malas’.
Sino madrastras que habitamos el espejo de la empatía: tratar a personas con respeto, cariño, dignidad, apertura y también dudas.
La madrasternidad ni siquiera es un concepto seguro a usar, pero me encantaría que así fuera porque muchas somos madrastras mucho mejor de lo que propone Disney y Televisa.
Ojalá Nati algún día sepa cuánto la quiero, cuánto la admiro y pido una disculpa si en el proceso he fallado.
Atentamente: Su madrastra.
Te quiero, escucho y admiro mucho Natalia, quiero estar para ti.
Esta publicación fue escrita originalmente para Ventanas Rotas.
*Esta nota fue entregada (y recibida) con mucho amor, sueño con que algún día este trabajo no solo será agradecido, sino también remunerado y ustedes serán aliadxs.