Habitación Lila

El Son Jarocho que levanta la voz

“Significa mucho poder cantarle a la vida, poder cantarle a la lucha”.

Nefertari Péepen, fundadora de Laboratorio Son

El 8M de este año tuvo un toque muy particular. En ciertos puntos del recorrido, podías escuchar unas voces, cuerdas y zapateos con un ritmo cautivador, pero también con mucha fuerza.

Cuando lo escuché como “de fondo”, a lo lejos, me atrapó y me fui acercando hasta encontrarme con las mujeres que estaban creando, no solo música, sino un momento íntimo con las manifestantes que se encontraban cerca, bailando junto con las mujeres que estaban al frente.

Ya mirándolas… Y, claro, escuchándolas, me percaté de sus letras, esas que salían desde su diafragma hasta su boca, cantaban posicionamientos políticos sobre la mujer en el mundo.

Eventualmente, me enteré de que se nombraban Contingente Fandangueras y tuve la oportunidad de platicar con Nefertari Péepen quien ha impulsado el son jarocho de esta forma en Yucatán.

Ella, me contó que el Contingente Fandangueras forma parte de Laboratorio Son, un espacio en donde comparten este género musical que las reúnen en talleres, pero también como laboratorio musical y de movimiento.

El son jarocho, es una música campesina, tradicional; es mucho más que un género musical porque para que su existencia sea posible, requiere una cosmovisión alrededor de ella, viene de Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Tabasco; pero ahora se encuentra presente en Yucatán con la presencia de diversos grupos como éste.

Esta música popular llegó a la vida de Nefertari desde hace ocho años aproximadamente y, junto con ella, llegó también su deseo de ver a más mujeres y disidencias sexuales que participen activamente en el son, hecho que la llevó hasta crear Laboratorio Son —junto con sus amigas—.

En este espacio comparten “no exclusivamente mujeres porque el son jarocho como una música popular es una música comunitaria, pero sí la necesidad de priorizar la relación entre las mujeres y disidencias, de cocrear esta música y, sobre todo, de aprenderla”.

Por tradición, las mujeres y disidencias sexuales y sexogenéricas, han sido relegadas en las dinámicas y creación de la música; el caso del son jarocho no es la excepción y, además, suelen asignarles únicamente el papel de bailar.

“Como el adorno del show o de la música, cuando, para empezar, la tarima es un instrumento, es una percusión que marca al resto de las percusiones”.

En la comunidad que ya existe en Mérida, narró, no había encontrado espacio para politizar todas estas necesidades musicales y de aprendizaje para ellas, pero se daba cuenta de que mientras no se pusieran sobre la mesa estas dinámicas de género, nada iba a cambiar.

Fue así que surgió la idea de crear un espacio, no desde lo individual, sino en colectivo; con un grupo de amigas que durante la pandemia le insistieron en aprender juntas porque su grupo iba creciendo.

Ahora comparten la música desde mujeres jóvenes en los veintes hasta mujeres adultas en los setentas a este espacio donde aprenden, no como una escuela formal, sino en un encuentro cada 15 días.

Hace poco más de un año iniciaron con el Laboratorio Son, donde una de sus prioridades es que las personas que asisten adquieran autonomía para crear su propia música; esto, también como una lucha, pues reconocen que las letras tradicionales del género suelen ser machistas y misóginas, entonces juegan con ellas para transformarlas.

“El son jarocho es una música popular, viene de tradiciones que involucran sí o sí, ciertas dinámicas machistas o micromachismos, como en la versada”.

El son El Colás es uno de esos que dejan salir frases como “la mujer de Nicolás”, o versos como:

“Amada Marcelina
Dónde estás que no te veo
Estoy en la cocina
Guisando los fideos”

Pero en este proceso donde ellas politizan la música, cambian este tipo de versadas, cantando:

“Amada Marcelina
Dónde estás que no te veo
Estoy en la oficina
Contestando los correos”.

Este es solo un ejemplo, pero también han usado otros estribillos como “por mucho que me acoses no seré tuya jamás”.

En la marcha del pasado 8 de marzo, La Bamba se convirtió en una canción abortera, pues la utilizaron para hablar sobre el derecho a decidir.

“Esa era (es) la idea, poder compartir un género tradicional que viene de ciertas expresiones, que al mismo tiempo son violencia cultural y durante muchos años se estuvo cantando sin cuestionar qué era lo que estábamos cantando y ahora ser conscientes y compartir nuestra música y lo que estamos haciendo”.

Describió que el son jarocho es una fiesta con ciertas reglas comunitarias dentro de la música y el baile, que priorizan el disfrute; entre ellas, comparten estos espacios cantando sus versos ya modificados, como un posicionamiento político de que no quieren continuar cantando los mismos versos de siempre.

Con estas visiones, llegan de Conkal, Sotuta, Tecoh y otros municipios a Mérida para compartir el son los sábados de cada 15 días.

“[…] Compartir este baile tradicional con el zapateado del son jarocho como una herramienta, sí musical, pero también de conexión con el cuerpo”.

Cada una tiene diferentes destrezas, cuerpos, edades y formas de relacionarse con sus propios cuerpos, por eso cada una conecta de formas diversas con el baile y la música y desde el Laboratorio empoderan esto.

En la mayor parte de las artes, existe el discurso de que tienes que aprender desde pequeña para ser buena y por esto muchas llegan con miedo o pena, pero eso es precisamente parte del proceso que impulsan para que cualquiera se atreva a aprender el son jarocho independientemente de su edad.

El Laboratorio Son inició con cinco mujeres y ahora está conformado por alrededor de 15 y, si a ti te interesa, también puedes formar parte inscribiéndote a través de su Instagram o Facebook o uniéndote a alguno de sus convites, en donde comparten esta música.

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